El infierno apaga la luz de mi habitación cada noche, una visión de mi mismo inestable y asilvestrada de momentos felices que lloran como perras una y otra vez, una memoria de acontecimientos sucediéndose como en la constelación del lobo y la caperucita, y sigo permaneciendo encima de todas esas estrellas rotas, tumbado como si fueran pedazos de cristal, clavándose por toda mi espalda y esperando a que llegues y empieces a girarlos uno a uno para darme cuerda, pólvora y ascuas incandescentes flotando en el ambiente que hacen a su vez de nubes y estrellas, y de fondo Damien Jurado así como el que no quiere la cosa en el museo del vuelo, premeditadamente equivocados y amándonos con alevosía.