La cosmogonía del desencanto





Abracé tan fuerte a aquel pobre hámster que acabé haciéndole estallar sus ojos y de su sangre ocular nacieron las estrellas y de sus lágrimas los planetas, de su crujir nació la gravedad y otras ciencias, de sus espasmos la estupidez y el fracaso y al estrujarlo este apretó sus dientes de dolor así fue como nacieron los humanos, aquel apretar de dientes largos junto a las gotas de saliva crearon la vida, sin ni siquiera entender la voluntad del porqué lo había hecho, luego lo lanzamos en parábola a la papelera y el pobre animal desnucándose contra el borde creó la circuncisión en la cual caminarían los hombres por toda la eternidad, el sufrimiento y las mareas se crearon finalmente al morir.

Y así fue como del amor que le tenía quise demostrárselo abrazandole tan fuerte que acabé matándolo y lo peor de todo no fue eso, lo peor fue que todo empezó.

Sangra color blanco para pedirme la paz





La torre capilar que renuncia a la sed de excusas, este sentimiento ocular bonito y gris, bonito y gris, bonito y gris, brillaba el sol poco a poco. Perdiendo pues su vida, le dije así, le dije así, le dije así; estamos locos, y al verla llorar le pregunté cual era su intención y su medicación favorita.

Vestida con mil despojos humanos ella apretó sus uñas contra el volante, estaba escrito, estrellas en la tostadora y ángeles que intentaban abrazarnos. Me dijo; en la cúspide de mi pirámide alimenticia estás tu y en la base tus palabras. Susurrándole el perdón desde la cama, brotando alrededor los pozos y las llamadas y abierto al fin y abierto al fin y abierto al fin, le dije que no me vendiese el alma, que si había visto las fuentes como se marchitaban que ahora en las clases de ingles ya no estaba a mi lado, y dos meses después de la encuesta sanguínea, tú y yo a la vez, otra vez.