Si no puedes amar a alguien cómetelo



La muerte es la promiscuidad de la vida, cada segundo acompañado de los deseos de una tragedia fértil y mundana, avivando la carnicería y el terciopelo de las hojas venenosas de tu aliento.

No tenemos leyes, se nos pregunta sobre nuestra obsolescente eternidad, anidamos en las madrigueras ajenas, nos besamos en las trincheras que forman las sombras de las casas, nos dejamos emerger como las islas volcánicas, nos anexionamos a Crimea, no tenemos leyes, no tenemos leyes, nuestra sobredosis no se rige por ningún ajeno. No tenemos leyes, aveces me inclino, aveces me niegas, me dejo crujir, me armadillo, sueles desvanecer los lugares triunfales inconclusos, te dejo despiadarte de mí, me postulo a la omertá, dejo que tus fragmentos afilados de puntas de gorros de gnomos de jardín se claven en mis córneas.

Y cuando observo tus nerviosas manos vulgares temblar, esa indolencia, esa linda precisión natural, recuerdo las minúsculas explosiones en mí, los ignorados apestosos latidos, la ineptitud bañándose desnuda sobre el sentimiento, y no es un tumultuoso recuerdo, representa la liviandad con la que tu templada mente se enfrentaba al temor de la mía, y aún con esa hermosa paradoja muchos jamás podrán entenderlo, no se trata de piel o alma es algo mucho más incontrolable.