Tu sangre de colirio y mi amor de invernadero entre mi ojo y tu lentilla, tus besos de anticongelante de coche, tus manos preparadas con bisturís para la autopsia, y tu alma encendida como la mecha de los cohetes, la cueva se llenó de bengalas pidiendo fuego, permanecíamos con los chalecos reflectantes antibalas esperando la tregua, nuestros cuerpos ancianos jugaban a aplastar aquellos flanes imaginándonos que éramos monstruos japoneses destruyendo edificios, dejamos que nos estafaran los bancos, luego preparamos el robo, la coartada y la fuga, pedimos un abogado de oficio para que nos hiciera de camarero porque esta noche engulliremos la poca tranquilidad que nos queda, la llave maestra oculta entre tus omoplatos, la prueba y el ritual del cautiverio al cautivarnos.