Una guerra tan cruel que parezca el paraíso





Una guerra tan cruel que parezca el paraíso en la que poder congelar los labios de una gamba en mi tarjeta de crédito, en la que volver a tapizar de terciopelo la lápida inextirpable de mi felicidad, donde rememorar las desfiguradas corrientes de agua en un asterisco de azufre lanzado al espacio infinito de un centímetro cúbico, una pluma encolerizada sostenida en un punto de niebla, el deseo de ver de una mota de polvo estampada en el cristalino de un ciego, una guerra tan finita que solo hubiera una paz acondicionadamente infinita, en la que los consejos sean procesos en 14 ocho miles y poder vivir para siempre como en año nuevo, como en una cuna, por encima de dios y la luna.

Y arzobisparse en ocurrencias de raptos de Sabinas como en un magisterio de Notre Dame y empeñar mis descabechados trocicos de corazón en trueques de guerras subsidiarias y embelesarse con las consecuencias de un fratricidio sentimental de enfrentamientos de asteroides de papel de arroz y plumillas hipocondriacas.

…y echarnos unas sonrisas en campos de fresas maceradas, por siempre.

El rigor mortis de la sibil·la en el área metropolitana de mi fracaso





1948, Aulesia… veo las niñeras de pesticidas entre la atracción política del éxtasis del azar americano y el hilo dental de mi felicidad enredado con los cables del discman. Llegó a ser la pala y el rastrillo totémico de una prótesis asiométrica perpetrando sueños sartreanos, pienso en perspectivas contraperspectivistas de una totalidad de preocupaciones desfibriladas . Su relación palpable de los responsabilistas en una hoja de cálculo, presiones constracturadas. ¿Y yo? Un kraken con el valor de lo atrezzado en los almanes very very frightening de sus escandiNabos. Hoy ha sido de caracoles en el champagne celebrando la conmemoración inconstitucional de lo enjaulado, de lo engendrado, de la inlatitud demostacional. Dudo siempre de sus miradas primaverales en problemas legales, dudo del promedio, dudo de la trascendencia tibiana en su acorazada e infame rueda del reloj, dudo del rigor de la sibil·la en el área metropolitana de mi fracaso ¿Ambilirla al sometimiento desesperatual?.

Miro la ingratitud de los mariscos, pienso en las traslaciones arabescas entre las incongruencias piriformes del gesto automático en el sentido de lo hortera y lo peor de todo es que me apasiona, la carta a un mendrugo de pan.

P.D Enchufa la impronta mutante del retrato de mi inocencia, apaga el rigor mortis de mis versos vectoriales.

La carnicoacústica maquiaEBÉlica de Sevilla





Arraigos afrecuentados de oportunistas y pequitas en tus mejillas de álbum ochenteno en gotas de Ballantine’s. Cuando brotó el madroño sus paciencias anacárdicas reconoció la felicidad espolvoreada encimas de sus pies unos anuales dedos apuntalados en momentos de alcohol y melalcholía desmontada en el vuelo RYA 8019.

Sevilla era un embelesado entramado de maquiaEBÉlicas bondades, un desorden en la noche un sin fin de inútiles destellos carnicoacústicos emparpados de papel de celosfán fuera de encuadre, con normas sin virtudes. El chasqueo del patinaje de mis lágrimas en sus encías al despertar, con las tormentas de nata con nueces en la almohada. Saboreando el paraíso en tropiezos, la excedra asmática de sus pupilas, gatos y marmotas, encuentros y circunstancias, muchas virtudes al lado del mazapán.

La chica de pervivencia con leones, preguntó:
—¿Porque todo es tan difícil?
El chico de las gafas rojas… respondió:
—Porque no es comestible, todas las cosas que no son comestibles son difíciles.

(Las pequeñas legumbres de manos germinadas reblandecieron el alma para poder sacar la espina.)
—Ahora ya somos la limonada, la tetera y el arrancamoños, dijo él.
Ella se abrazo a un silencio y tres puntos suspensivos...

El jardín de las perfidias





Y con el frío las membranas de mis manos encontraron sus axiomillas plantadas entre turba, abalorios y aljófares. ¿Que ocurrió? Preguntó ella despechada… La respuesta se encontró en el magnicidio de sus 798 corazones.

Infinitud y las infinitudes grandilocuentes nos cegaron el primer mes, gnosis de más para hacer quinielas cardíacas en la correspondencia que nos llegaba de Manila.

De lance en lance aquel meandro fue testigo de nuestras inclemencias de aspirinas efervescentes, éramos la neurótica antitesis del balanceo de una campana de mimbre, contoneo que fue nuestro último escondrijo. Sucumbió a un letargo en almíbar un largo etcétera de voluntades y el frío adriártico, se perdió en mis aposentos entre corazones tragicomediales, joyeritos de música con percebes de bailarinas y un infinito domingo se vio obligada a abandonar el jardín, un telegrama entre sus piernas chorreantes de horchata marcaba la lentitud acelerada de lowcost hormonoides de sus macabras actuaciones.

@asiomnia se enfundó sus leggins rosas y nos encuaderno en su librito de 9 octavas.