Decálogo de la electricidad estática de mi corazón




La reina de lagrimones era un travesti malformado del ego de mis pesadillas una idea de rabia y claustrofobia que se contagiaba al rebaño de ciervos de mi consciencia, una oleada de manoseadas rubias en el silencio alucinógeno de aquella crisálida de esperanza llamada a ser mi noche. Con un rápido y certero movimiento atravesó las espadas del cofre del faquir y salvó de forma piadosa el rastro de trenzas hechas con mis venas.

Nos dejó en la nevera su primer campo magnético de masturbación, su especial devoción por la cubierta del barco de mi obsesión, un repaso por las alas de la golondrina utilizadas de tirachinas.

— ¡Corre! Ven conmigo, quiero desayunarte… enséñame los dientes para ayudarte a ladrar.

El ruego de los inmorales




Ser quien eres y atreverte a perder aquello que significas para convertirte en su búsqueda, rasgarte el corazón por la libertad y la gloria de tu excepcionalidad y permanecer en la creencia que te hace único, tu propia filosofía. No dejes que los clones derrumben el imperio de belleza que has creado, que no crucen las fronteras de tu genialidad, haz que te odien por tu rareza inidentificable que vean anochecer el crepúsculo de su idiotez.

Soy el genial triunfo de la excentricidad, único en mi incomprensión, simbólico y antropófago y seguiré creyendo en mi propia razón de obrar porque esto es lo que realmente me hace libre.

El relato mitológico de tu incineración





Alístate al infierno y házmelo tuyo, házmelo saber, hazme compartir tus cristales de gafas, tu graduación, todo lo que odias y amas compártemelo todo y de vez en cuando algún rallito de sol, sabes que el tiempo llega tarde a nuestra cita, que no somos ninguna casita de chocolate, que el ritmo de la vida se deshace como una gelatina de fresa al sol, se humilde y respeta el turno de palabra de aquellas reacciones alérgicas inmortales de mi piel y ante cualquier desproporcionada razón o mutación de nuestro sueño vuelve a convertirte en mi primera voluntad, arrinconando el letargo del convencimiento y el consejo ajeno marchitado en la incandescencia del sufrimiento y en la lentitud asilvestrada ingravitacional del placer.

Extraña Liébana aún humeante que responde a mis súplicas con codazos y estruendosas ingratitudes, ahuyenta sus manos de mi estrangular y haz sonar el último cascabel de su garganta como si fuera un aullido.

Rectificando de placer para que no se muera





El cretácico de los dioses en el sentimiento nuclear no podrá sobrevivir a este merecimiento de amor y caeremos como un castillo de naipes realizado a partir de los espejos de nuestra mente. No voy a tolerar que me ames, no voy a tolerar ni un segundo de tu amor, ni las cenizas arrodilladas en el altar, ni el soplo de tu corazón, ni tan siquiera su arritmia, sólo empuño la costumbre de amar para decapitarte de forma samurai.

A tu lado me haces respirar como un pez de esponja como si cultivase las algas de tu corazón entre mis branquias, refugiándome en las capillas y sacristías que forman mis lágrimas con las tuyas, allí es donde solíamos acabarnos el helado de 1L, no dejes de banda la dimensión y el orgullo, la parálisis intelectual que nos alerta del elogio del grito, la construcción de nuestro ritual cósmico al besar. Déjate libre, hazte volar…