La complejidad vacacional del azafrán
Para mí el año acaba el 31 de Agosto, se marchitan los buenos momentos del verano, el sol, la desnaturalidad híbrida de la felicidad vocacional, la fiebre del amor en la fibra óptica de la brisa del mar, las borracheras y los pendientes perdidos en la arena, los grupos terroristas del amor y las lágrimas calientes. Nos ablandamos con el puerto y las chicharras, con las esperanzas de lo encapsulado, con el si y las milongas de amor, partimos con las hojas verdes y con los sentimientos de la locura en nuestras pantorrillas, vomitonas en pareja, actos de romanticismo sin comprensión, vivencias en formol, bravura de lo incorregible, pechos lactantes galopando en frentes con desatinos, tal vez comprensivamente nos iremos al infinito, del verano al infinito sin embargo auguraremos la explosión de un cohete espacial en el aire antes de llegar a su destino, la emérita tipografía consensuada de apagar la luz, lecturas de lo prosternable, el verano de lomografías y perturbaciones en el salitre de tus orejas.
Me marcho de vacaciones al paraíso donde las patas de cerdo son los presidentes y no hay bondad sin razón, volveré en Septiembre con las verdades de mi mundo, perspicacia literaria, otra noticia es que LISBOA Y LAS FLORES METAFÓRICAS ya está escrito, cuidado con la asomnia y con morder los lados.