Degüello y quemazón



Y balanceándome sobre el deseo de lo que fuimos caí hacia detrás desnucándome contra el futuro que nos quedaba por vivir, era ahora con los ojos en blanco, con la lengua vuelta en la garganta sin dejarme respirar y fuera de conocimiento alguno cuando pude ver a mi corazón cauterizado por las dudas, conduciendo hacia lo más profundo e infranqueable de las coronas de espinas de hierro de tu cárcel, siguiendo el humo de tu cigarrillo como líneas de carretera, delimitadas por despeñaderos huecos que distorsionaban lo que sentía, y entre tanta niebla, polvo y humo me di cuenta de todas las coronas de flores de la carretera, donde muchos otros habían muerto por ti y no me importaba perder o perderme o perecer, llevaba las rodillas peladas de tanto rezarte y la mente garabateada con miles de estupideces de lo que haría por ti, contigo o sin ti, y nada tenía sentido y nada tenía importancia.

Y cerré los ojos y aceleré saltando por encima de la última curva y embalsamé esa emoción para bañarte en ella cada noche y recordarme que un día fuiste una destinación imperecedera, improrrogable, imperfecta e inalcanzable de mi propia necesidad de huir sin ti.