Los mejores corazones no sobreviven al primer flechazo

Tu sangre de colirio y mi amor de invernadero entre mi ojo y tu lentilla, tus besos de anticongelante de coche, tus manos preparadas con bisturís para la autopsia, y tu alma encendida como la mecha de los cohetes, la cueva se llenó de bengalas pidiendo fuego, permanecíamos con los chalecos reflectantes antibalas esperando la tregua, nuestros cuerpos ancianos jugaban a aplastar aquellos flanes imaginándonos que éramos monstruos japoneses destruyendo edificios, dejamos que nos estafaran los bancos, luego preparamos el robo, la coartada y la fuga, pedimos un abogado de oficio para que nos hiciera de camarero porque esta noche engulliremos la poca tranquilidad que nos queda, la llave maestra oculta entre tus omoplatos, la prueba y el ritual del cautiverio al cautivarnos.

La imperfección de lo inmejorable

Caminábamos sobre la piscina sin agua, siguiendo las líneas como raíles de tren, las escaleras metálicas nos custodiaban como ángeles a banda y banda, vivíamos como eco resonando en las paredes blancas de aquella piscina abandonada, nunca nos dejábamos inundar ni siquiera de sentimiento, éramos como el cloro matando las bacterias, como la muerte súbita de los sueños en la inmersión, seguíamos las indicaciones de sus luces sin electrocutarnos, teníamos en nuestras manos lo insalvable, nuestras lágrimas eran las únicas solitarias en aquel espacio inmenso y en ellas se hacia el simulacro de las pruebas de ingravidez para astronautas.

Le dije: Sólo somos colas de lagartos desprendidas en luna llena para escapar.

Domador de constelaciones para callar tus lágrimas



La calle sigue amamantando a las ratas, las guerras estivales han llegado a su fin, el otoño está devorando lo poco verde que el sol ha dejado, una brisa submarina, atávica y sin miramientos transporta las semillas de odio que cabalgan encima del polen, tu mirada responde a los momentos imprecisos que nunca pude datar, la miel gotea sobre el mármol como la paloma mensajera en la boca del gato sangra, que escurridizos resultan los deseos, la vagancia del soñar, las estructuras experimentales que sujetan mi sillón, me siento tan Dios desde este terciopelo azul, me niego a cumplir tus miedos, es insospechable pero lo siento de esta manera, una manera cínica de pedirte perdón, una manera futurista de negarme a completar tu alma gemela con una mutación de mi respeto por tu sacrificio hormonal.

Nunca fuimos lo suficiente valientes como para perseguir el dolor que nos mantenía unidos, no te quejes ahora.