Corazones rígidos barloventando sobre la marea, robándoles los temblores al comedero de alpiste, y sobre tus noes reposan las alondras muertas de mi ira, y sobre tu nombre las trampas de pegamento para ratas que tantas veces quise besar, y desde las más crueles cruzadas oigo los chillidos de las ballenas escondidas en las madrigueras que han cavado en los conductos lagrimales de marineros sin redes de funambulismo.
Los oleajes marchitados por la inmersión del tiempo, el dulce y maternal abrazo de cualquier reproche con olor a sal.
Caminar con pies de plomo y suela de plata, lamer el muérdago de forma lasciva, amarrarse tan fuerte a la gorgonia hasta dejarse las manos ensangrentadas por sus pinchazos, anclarse a la lluvia con paraguas desvestidos, sentir que estas solo a unas pocas millas de la explosión atómica.
El baile entre el cuerpo desnudo y la estabilidad del ojo que lo mira.