Nos dijeron que la fuerte marea se había quedado sola y que
los buenos dioses nos habían abandonado. Y yo cerré los ojos para notar de la
mano de los ancianos tiempos tus piernas temblar debajo de mis grandes fauces.
Nos dijeron que nuestro pecado estaba muerto, vaciando nuestros bolsillos, arrebatándonos
lo que nos habíamos dado. Y tú me miraste con esa clase de honesta mirada que
destruyen a los firmes hombres, y yo tan tú no necesitaba otra suerte de que
eras como esa clase de firmamento que llevaba en mis recuerdos de infancia, una
brújula incansable de esperanza, un hermoso destello de revolución.