La reina de lagrimones era un travesti malformado del ego de mis pesadillas una idea de rabia y claustrofobia que se contagiaba al rebaño de ciervos de mi consciencia, una oleada de manoseadas rubias en el silencio alucinógeno de aquella crisálida de esperanza llamada a ser mi noche. Con un rápido y certero movimiento atravesó las espadas del cofre del faquir y salvó de forma piadosa el rastro de trenzas hechas con mis venas.
Nos dejó en la nevera su primer campo magnético de masturbación, su especial devoción por la cubierta del barco de mi obsesión, un repaso por las alas de la golondrina utilizadas de tirachinas.
— ¡Corre! Ven conmigo, quiero desayunarte… enséñame los dientes para ayudarte a ladrar.