El relato mitológico de tu incineración





Alístate al infierno y házmelo tuyo, házmelo saber, hazme compartir tus cristales de gafas, tu graduación, todo lo que odias y amas compártemelo todo y de vez en cuando algún rallito de sol, sabes que el tiempo llega tarde a nuestra cita, que no somos ninguna casita de chocolate, que el ritmo de la vida se deshace como una gelatina de fresa al sol, se humilde y respeta el turno de palabra de aquellas reacciones alérgicas inmortales de mi piel y ante cualquier desproporcionada razón o mutación de nuestro sueño vuelve a convertirte en mi primera voluntad, arrinconando el letargo del convencimiento y el consejo ajeno marchitado en la incandescencia del sufrimiento y en la lentitud asilvestrada ingravitacional del placer.

Extraña Liébana aún humeante que responde a mis súplicas con codazos y estruendosas ingratitudes, ahuyenta sus manos de mi estrangular y haz sonar el último cascabel de su garganta como si fuera un aullido.