Sollozos de eternidad muda en tu piel, hasta que la calma aguante



Y la niña se acercó al borde del manantial y observó que de él brotaban cuervos, pero su sed fue más fuerte que su repulsión y alargando la mano capturó uno, lo observó durante unos segundos, no por su fealdad sino para saber por donde comenzar a cortar, con la otra mano sostenía una cuchilla, al ponerse el sol empezó a afeitar las plumas negras, devorando con la cuchilla la piel, así fue como el rojo de la sangre tiñó la negrura del plumaje y a su vez sus labios, una vez saciada su sed, se giró dando la espalda al lago y sin piedad lanzó al animal por encima de su hombro, este acabó golpeándose contra el suelo, y ese crujir la despertó, y al despertar la mano no era mano sino garra y las plumas eran cabellos y el manantial no era de cuervos sino de niños, y se dio cuenta que el rojo de su sangre había servido para dar de beber a un cuervo.