Pros y peros



La vid retorciéndose sobre nosotros como la cadera de Laocoonte, sonríele a la aldea beata, y volvamos a ese alambique lleno de tu esencia que tantas veces germinó las semillas en nuestra inacabada atmósfera cerrada.

Cuando el caos te retire la silla para que te sientes y busques en un plato caliente el origen de ese dolor, recuerda la exhumación de nuestros cuerpos frente a la realeza, el tacto de los guantes de látex, recuerda que una vez fuimos trofeos de caza inmortalizados en una foto en blanco y negro. Cada centímetro de presión de la mandíbula de la tortuga caimán donde nos enamoramos.

Yo quiero llegar a ti y dejar que la encáustica nos perpetúe en el tiempo.



Las veces en que Dios me sorprendió desnudo sobre mi cama herido y sangrando se dio cuenta que los dos éramos índigos, y con las flechas aún clavadas me besaba los pies mientras ahí fuera, la humanidad perdía la fe. Oigo los dioses susurrando la vida que elegimos, oigo los perros del vecindario ladrar. En tu nombre pronuncio mi vida, sigo rezándole a la ecolocalización sentimental por la cual la eternidad es enhebrada en la aguja del placer.

El dolor que amo.

Me has abierto en canal rajándome tal y como una vez hicimos con la tierra en el canal de Panamá



Cada rincón de tu piel me recuerda a un exorcismo fallado. Y pusimos nuestras yemas de los dedos sobre el planchette y nos dimos cuenta de que había demasiados fantasmas apañándoselas para sacarme de tu cuerpo, así en la tierra como en tu boca. He puesto tu corazón en el congelador y ahora dentro de un ratito lo rallaré para dárselo de comer a mi ajolote.

He creído que la vida me tatuaba pero al final me di cuenta que eran sólo tus pecados. ¿Echamos el segundo?