Las veces en que Dios me sorprendió desnudo sobre mi cama herido y sangrando se dio cuenta que los dos éramos índigos, y con las flechas aún clavadas me besaba los pies mientras ahí fuera, la humanidad perdía la fe. Oigo los dioses susurrando la vida que elegimos, oigo los perros del vecindario ladrar. En tu nombre pronuncio mi vida, sigo rezándole a la ecolocalización sentimental por la cual la eternidad es enhebrada en la aguja del placer.
El dolor que amo.
El dolor que amo.