Entre la mala fortuna y la naturaleza



Ella no dejó margen para antídotos y nuestra promesa de eternidad se quedó en un rápido movimiento hacia el cuello de la víbora, silencio mientras enseñaba los colmillos y yo con la oscuridad de mis lágrimas vistiendo a mis demonios. Era otra clase de peligro entre la mala fortuna y la naturaleza. Cada señal de sufrimiento arrastraba las hojas hacia la batalla, saturación de polvos con estrellas y gloria. Y los líquidos fluorescentes supurando de las palmas de esas manos que agarran tu cuello, desestabilizando la respiración e introduciendo la pulpa hacia el profundo interior.

Éramos prismas irradiados por el haz de sangre dispersando el rojo en mil colores, esos prismas de sangre que nos ataban juntos estirando nuestros límites, y me encontraron recostado en el cabecero de una cama desnuda y aquello lo interpretaron como un acto de amor.