Tu y yo somos los hijos de las ovejas negras que fueron arrojados al río al nacer y ahora flotamos inertes llevados por la suave corriente viendo a nuestro paso todos los atardeceres morir, donde quiera que estés llevo en mi mente tus portazos, me visto con el recuerdo del crujir de tu columna vertebral, sigo dilatando mis pupilas pensándote, llevo apagando las luces de todos los faros de mi cuerpo para que en esa oscuridad busques entre los desperdicios del amor trazas de mi.