Una guerra tan cruel que parezca el paraíso
Una guerra tan cruel que parezca el paraíso en la que poder congelar los labios de una gamba en mi tarjeta de crédito, en la que volver a tapizar de terciopelo la lápida inextirpable de mi felicidad, donde rememorar las desfiguradas corrientes de agua en un asterisco de azufre lanzado al espacio infinito de un centímetro cúbico, una pluma encolerizada sostenida en un punto de niebla, el deseo de ver de una mota de polvo estampada en el cristalino de un ciego, una guerra tan finita que solo hubiera una paz acondicionadamente infinita, en la que los consejos sean procesos en 14 ocho miles y poder vivir para siempre como en año nuevo, como en una cuna, por encima de dios y la luna.
Y arzobisparse en ocurrencias de raptos de Sabinas como en un magisterio de Notre Dame y empeñar mis descabechados trocicos de corazón en trueques de guerras subsidiarias y embelesarse con las consecuencias de un fratricidio sentimental de enfrentamientos de asteroides de papel de arroz y plumillas hipocondriacas.
…y echarnos unas sonrisas en campos de fresas maceradas, por siempre.