Un beso alveolar en tu cítara
Voy a esperar a que mis lágrimas goteen por tus colmillos ese privilegio es la sensatez en tu pelo. Demuéstrame las razones de los huertos de tus lagrimales, la historia de la niña y la tecla de ordenador. Un beso alveolar en tu cítara para que no olvides mis avestruces, para que no olvides que el tiempo ha sido viento y las puertas latitudes. No cuestiones nuestra universalidad matinal y concreta tus deseos a la simplicidad del verso, entre clemátides y farolas abrochadas al techo de mi habitación. Que la historia viaje como el láser que corrige mis dioptrías sexuales y el templo de la noche se defenestre en un Petite Suisse.
He sido la carencia de la autoflagelación en la demora de mi opción gaganista, 1 año enamorado de mi última novia, la ludopatía. No importa si has perdido el rito, ni el rifle de perlas que lamentaba mi defunción, podremos volar en la alfombra hecha con el páncreas de mi libertad aunque este siga encadenado a una lechuga de silicona.
El pleistoceno en tus nudillos, el mapa del tesoro en el velo de tu paladar, piscinas de turbantes en los domingos coronarios de bed & breakfast holandeses, el cuento de suburbanas nubes de peinetas en calderilla. Te sentías placiente nadando entre desvirtualizadas noches entre cronópios pintados de alfajores, entre canales, entre sus orificios, entre sus clases de amor, entre su crecimiento. En un golpe de estado en su corazón…
La conjetura ₩iedersione*
Los mejores triunfos son de barcos a la deriva, los mejores contratos empiezan desabrochando el botón de la blusa, los mejores recuerdos son hemofílicos, los mejores desconocidos son los que nunca mas vas a volver a amar, las mejores paradojas se producen los miércoles por la tarde, las mejores tragedias son las que empiezan con un perdón, los mejores amigos siempre mienten para que le sigas pagando el café, las mejores heridas están bajo llave, las mejores deslices son las de avionetas, los mejores corazones no sobreviven al primer flechazo, los mejores poblados son los asentamientos romanos en tu vientre, los mejores pañuelos hacen de soga, las mejores trenzas hacen de correa de perra, las mejores noches son las árticas, los mejores polvos son los que dices te quiero a un desconocido, las mejores citas son las primeras, las mejores reglas son las que empiezan con un test de embarazo.
Los mejores infartos son los que empiezan con una armonía, las mejores multas de tráfico son las sentimentalistas, los mejores sarpullidos se tienen en el corazón, los mejores metros cuadrados se miden con un reloj de arena, los mejores contrarios son los opuestos, las mejores religiones empiezan cuando vendes a Dios por 14 peniques, las mejores historias de amor son aquellas que se vuelven a encontrar, los mejores actos de terrorismo se hacen en la cama, los mejores fracaso se tienen en menos de 5 metros cuadrados, las mejores estrategias son las improvisada y las mejores humildades empiezan con el YO y acaban en un TU.
Por los momentos que mas nos solían encontrar, por los que no se podían controlar, por las utopías que se habían encontrado, por los ideales irracionales, por los diafragmas perdidos en el latido de nuestros cartílagos de tiburón.
El chico de las gafas rojas a la chica de pervivencia con leones:
— Si no fueras clitoriana, al menos, te querría.
La chica:
— Nuestra primera metáfora podría ser vernos.
El chico:
— Grítame un susurro incondicional de odio… amor.
San Valentín... Que te jodan, maldito amor ludopático!
Unas emociones de arrogancia y defunción en los momentos que habían quedado subordinados en rastrojos culinarios e interioristas, como los sonidos que tanto nos arremolinaban, una catarsis de momentos, más que los que nos habían premonizado.
Té casual que hizo posibles esos encontronazos, unas ideologías de mazapán que apartaron las opiniones en perturbaciones pendulares, mucho mas normal de lo que pudiera desear y de que estaba enamorado de todas las virtudes, del equilibrio, una mordaza encima de la expectación del circo del sol y continuaba en el ligamento del liguero de mi frustración.
Se dejó que lo neutral e impávido continuara mortuoriamente ascendiendo entre sus intervenciones y el amor había acabado, siendo el desamor una de sus religiones, separó amarme aptamente de la perdida de su Almax, pero mi habitación contigua no podía ser la que ella quisiera, arto de amor, de su ecléctica inherente, de la L, del sol y de leo. Reconociblemente invencible, la amaba, pero su único Tokio era mi desesperación, promedios y neurismos, se permitió perderse miles de veces tantas como su orgullo redomado, uno de tantos congelados, le pudiera servir.
Las temporadas le pudieron ofrecer en el nervio vago de mi claustro varias rociadas abultaciones, EE. Incitando medias leonas atascadas en el lavabo y unas muertes entre felicidades de relaciones incapaces en atmósferas de yo uno de tantos feligreses, una de tantas, una de tantas, que no dejaron las estrellas fugaces en mi pleitesía, que no puedo desdicharme, que ella era un ideal, que no podía volver a sentir todo. Y Aldrin en el espacio en la amoralidad de todo, permanecía en su lejanía en una aleta de foca o en un San Valentín oftalmológico.
La teogonía agonizante de un corazón de ajenjo
Y sus espejos eran las gotas de aquella princesa bogavante sentada en el columpio de mi ballesta encontrando sus buenos entresijos, su disfraz de huida hacia los manantiales de imperdibles subordinados al gran suspiro patriarcal de su melancolía, irrespetuosas ruborizaciones en guías telefónicas y anchos valles acondicionados de cojines, era merecedora del tiempo y la proporción de sus miles de vasos sanguíneos, significantes significados encontrados en el alacena de mitras y corazonadas y desdiplomadas isosílabas sexuales. Era el dañado sopesar de iglesias incendiadas, la absenta de mi corazón de litro y medio, pertenecía a mis respetos, merecía mi bendición, necesitaba el cobijo de su tediosidad y que su ira fuese mi única ironía.
Y éramos las primeras veces en los abismos encontrados, y ni la plata, ni el oro habían sido el sacrificio de todo lo normal, de la buena raZÓn, del fin de la eternidad, del ministerio de la bondad. Unos primeros encintéis muchos más que los que nos correspondían y esto era lo que mas nos habían contado, éramos lo que habíamos perdido, unas sinrazones en teclados de español, unos cualquiera, entrecomillados y todas sus millones de temperaturas encintadas, hicieron posibles nuestras lunas, presbiterio de lo oral, hicieron sus meriendas en pequeños pleonasmos de neutralidad, una necesidad finita, una ideología de un ideal, el amor de la clepsidra, una neutralidad mucosa neural que la diferenciaba, pero no una virtud incompleta, ni un atardecer.
La chica de pervivencia con leones, dijo:
—Por fin eres un hombre.
El chico de las gafas en espiral, respondió:
— Es muy difícil conseguir ser un hombre y más cuando toda la vida has sido una frambuesa.
La chica:
— ¿Entonces que eres?
El chico de las gafas en espiral:
—Un ombligo, todo en esta vida es como un ombligo, las calles, la gente, la manera de odiar.
La chica:
—Te contradices continuamente.
El chico de las gafas en espiral, respondió:
—Las contradicciones son como los orgasmos, pero aun no se el porqué…
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