La teogonía agonizante de un corazón de ajenjo





Y sus espejos eran las gotas de aquella princesa bogavante sentada en el columpio de mi ballesta encontrando sus buenos entresijos, su disfraz de huida hacia los manantiales de imperdibles subordinados al gran suspiro patriarcal de su melancolía, irrespetuosas ruborizaciones en guías telefónicas y anchos valles acondicionados de cojines, era merecedora del tiempo y la proporción de sus miles de vasos sanguíneos, significantes significados encontrados en el alacena de mitras y corazonadas y desdiplomadas isosílabas sexuales. Era el dañado sopesar de iglesias incendiadas, la absenta de mi corazón de litro y medio, pertenecía a mis respetos, merecía mi bendición, necesitaba el cobijo de su tediosidad y que su ira fuese mi única ironía.

Y éramos las primeras veces en los abismos encontrados, y ni la plata, ni el oro habían sido el sacrificio de todo lo normal, de la buena raZÓn, del fin de la eternidad, del ministerio de la bondad. Unos primeros encintéis muchos más que los que nos correspondían y esto era lo que mas nos habían contado, éramos lo que habíamos perdido, unas sinrazones en teclados de español, unos cualquiera, entrecomillados y todas sus millones de temperaturas encintadas, hicieron posibles nuestras lunas, presbiterio de lo oral, hicieron sus meriendas en pequeños pleonasmos de neutralidad, una necesidad finita, una ideología de un ideal, el amor de la clepsidra, una neutralidad mucosa neural que la diferenciaba, pero no una virtud incompleta, ni un atardecer.

La chica de pervivencia con leones, dijo:
—Por fin eres un hombre.
El chico de las gafas en espiral, respondió:
— Es muy difícil conseguir ser un hombre y más cuando toda la vida has sido una frambuesa.
La chica:
— ¿Entonces que eres?
El chico de las gafas en espiral:
—Un ombligo, todo en esta vida es como un ombligo, las calles, la gente, la manera de odiar.
La chica:
—Te contradices continuamente.
El chico de las gafas en espiral, respondió:
—Las contradicciones son como los orgasmos, pero aun no se el porqué…