San Valentín... Que te jodan, maldito amor ludopático!
Unas emociones de arrogancia y defunción en los momentos que habían quedado subordinados en rastrojos culinarios e interioristas, como los sonidos que tanto nos arremolinaban, una catarsis de momentos, más que los que nos habían premonizado.
Té casual que hizo posibles esos encontronazos, unas ideologías de mazapán que apartaron las opiniones en perturbaciones pendulares, mucho mas normal de lo que pudiera desear y de que estaba enamorado de todas las virtudes, del equilibrio, una mordaza encima de la expectación del circo del sol y continuaba en el ligamento del liguero de mi frustración.
Se dejó que lo neutral e impávido continuara mortuoriamente ascendiendo entre sus intervenciones y el amor había acabado, siendo el desamor una de sus religiones, separó amarme aptamente de la perdida de su Almax, pero mi habitación contigua no podía ser la que ella quisiera, arto de amor, de su ecléctica inherente, de la L, del sol y de leo. Reconociblemente invencible, la amaba, pero su único Tokio era mi desesperación, promedios y neurismos, se permitió perderse miles de veces tantas como su orgullo redomado, uno de tantos congelados, le pudiera servir.
Las temporadas le pudieron ofrecer en el nervio vago de mi claustro varias rociadas abultaciones, EE. Incitando medias leonas atascadas en el lavabo y unas muertes entre felicidades de relaciones incapaces en atmósferas de yo uno de tantos feligreses, una de tantas, una de tantas, que no dejaron las estrellas fugaces en mi pleitesía, que no puedo desdicharme, que ella era un ideal, que no podía volver a sentir todo. Y Aldrin en el espacio en la amoralidad de todo, permanecía en su lejanía en una aleta de foca o en un San Valentín oftalmológico.