Un invierno de musas congeladas en tiroteos insulares de movie roads japonesas
La violencia de transbordadores danzando en la fresería y el brillo de un letargo de estufas precolombinas abogando por nuestro amor hacía que la sonrisa nerviosa de un fraile de chocolate concluyera una reacción de corazones encadenados al roto exterminio de mi desafinada polaridad. El amparo de una hilera de intranseúntes pararon el alma ignifuga de las pistolas redentoras, llegó la hora de recordar y desastillar sus puntos de luz circunfleja, en la oscuridad, bromas y clemátides en distantes tanatitismos, por si no fuera necesario tenía poco decorado el plenilunio. Un invierno de musas congeladas en tiroteos insulares de movie roads japonesas.
Y las esperanzas coleccionables en fascículos de cortafuegos cardiobasculares, luces artificiales y bulldogs sin ojos contribuían a parar el universo, una confabulación univergónica para eliminar los biombos estratégicos de mis relativizasiones y el polvo de mis deberes y prejuicios.
La chica de pervivencia con leones, preguntó:
— ¿Porque lloras?
El chico de las gafas en espiral… respondió:
—No lloro, solo comparo el color de mis lágrimas con las tuyas, yo tengo pantone DS230-2C y tu DS229-2C, no somos tan diferentes ¿Y tú por qué estas tiritando?
La chica dijo:
—No tiemblo, solo comparo mis temblores con los tuyos, yo soy un 1,3 en la escala de Richter y tú un 8,2…