Cuando de repente mi mirada está más baja que la marea y tu piel es acero afilado acariciando mi piel. Hoy he visto arder el amanecer desde la ladera de tus muñecas atadas a tu espalda. Mientras cosía los puntos de luz que se filtraban por los agujeros de la persiana, los he cosido sobre tu espalda, no era esa mi intención. Esta vez quiero probarlo a tu manera, dijiste con la boca muy abierta y el corazón muy cerrado. Puedo agarrar tu dolor y aplastarlo entre mis manos peludas, pero para eso tienes que sufrir.